Sus ojos se acercaban cada vez más, casi sumergiéndose unos en los otros. A veces cerrados, otras entreabiertos. Los cafés rojizos de él, los azules de ella. La cama acompañaba el vaivén culposo de cada viernes a las siete, y las piernas entrelazadas no dejaban escapar ni el placer ni las ganas anunciadas con besos cerrados y camisa abierta. "No podemos seguir haciéndolo de esta manera", le dijo él, jadeando. Ella lo miró con cara de gata... y cambió de posición.
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lunes, 22 de marzo de 2010
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